publicado por Cisca
07/09/2019
“Fue el deseo de vivir, de salvaguardar la vida de los otros”, responde uno de los líderes del Catatumbo cuando se le pregunta por aquello que impulsó el encuentro comunitario que daría origen al Comité de Integración Social del Catatumbo (Cisca).
En medio de temores colectivos, de la sensación permanente de zozobra, de las dificultades para transitar por trochas y caminos bifurcados que aún recorrían los paramilitares, el 9 de septiembre de 2004, más de 400 campesinos y campesinas de la región del Catatumbo dieron inicio al encuentro que abrió las puertas a un espacio cuya principal apuesta era la reconstrucción del tejido social con carácter regional.
Este encuentro, convocado en la iglesia católica del corregimiento de San Pablo, en el municipio de Teorama, marcó el inicio de una nueva época de lucha y resistencia en la que campesinos e indígenas –pese a los infortunios a los que se enfrentan los bienes naturales y las verdes serranías de la casa del trueno– asumieron el desafío de permanecer en el territorio y defender la vida.
La convocatoria no fue fácil, sin embargo el reto se enfrentó, y con diferentes estrategias de comunicación se pasó la voz de pueblo en pueblo. A San Pablo llegaron jóvenes, niños y niñas, mujeres y hombres con amor al Catatumbo, con la esperanza de cesar los ruidos de los fusiles, con la ilusión de reconstruir lo que el paramilitarismo debilitó. Se reunieron las Juntas de Acción Comunal, las Asociaciones de Juntas, el Movimiento Cooperativo y organizaciones de Derechos Humanos, con un mensaje claro: “pese a esta barbarie, todavía estamos vivos”.
Todas estas personas deseaban dar una respuesta colectiva al terror sembrado por la mano paramilitar que, entre otras cosas, quebró el tejido social, desarticuló los liderazgos y desarrolló estrategias para eliminar toda expresión comunitaria en la región. A este propósito no fue fácil ponerle nombre, llamarle federación o asociación generaba discusiones entre quienes construían la propuesta, y cómo no, si era muy importante que aquello que estaba naciendo obedeciera a intereses comunitarios, a una apuesta conjunta. Tampoco fue fácil definir estructura, organización, horizonte político, responsabilidades, etcétera. No obstante, a pesar de lo difícil que es llegar a acuerdos, hace quince años nació con claras banderas de lucha el Comité de Integración Social del Catatumbo (Cisca).
Con la ilusión de reconstruir sueños colectivos, se empeñaron en defender la región basados en tres elementos: integración, vida y territorio, articulados en el Plan de Vida. Al respecto una lideresa comenta que: “Veíamos en el surgimiento de luchas indígenas y campesinas […] una apuesta por la permanencia, no por el desarrollo. El Plan de Vida es la apuesta de la comunidad para la supervivencia en los territorios, se constituye en una utopía que todo el tiempo nos hace caminar hacia un horizonte. Para el Cisca, es una apuesta política que se va concretando en posturas […] contra el extractivismo, contra la corrupción y en defensa de la naturaleza”.
Inspirado en procesos latinoamericanos, el Cisca se pensó en una estructura organizativa horizontal que posibilitara la participación activa en los distintos escenarios constituidos en el territorio. La creatividad y la innovación fueron dos características fundamentales para lograr horizontalidad en el relacionamiento, en la toma de decisiones, en la construcción de propuestas de región, tal como lo asegura una de las lideresas del CISCA. Al cabo de dos años se veían materializados sueños de integración y de fortalecimiento comunal.
En estos caminos fueron compañeros y compañeras quienes dieron vida y fuerza a la construcción y fortalecimiento de dicha apuesta regional. Como esta lucha iba en contra de intereses económicos sobre la región, líderes como Trino Torres y Daniel Guerra fueron asesinados en los primeros años de vida del Cisca, en el marco de un plan que buscaba desarticular el proceso.
Sobreponiéndose a estos duros golpes, la convicción y el compromiso llevaron a continuar la labor, y fueron surgiendo así, con los años, los caminos de lucha: la organización, la disputa institucional y la movilización.
Hoy el Cisca se estructura a partir de colectivos de base que le dan vida a los ejes de trabajo y constituyen el entramado de sueños, esperanzas y visiones diversas para construir colectivamente en medio del debate permanente.
Hacia el 2010, en la III Asamblea, el Cisca se transformó en un sujeto social y político y asumió como un camino de lucha la disputa institucional, planteando así su vocación de poder y la búsqueda de nuevas formas de ser y hacer gobierno, en las que se piense una relación de igualdad entre los seres humanos, el reconocimiento de los derechos de la naturaleza y la lucha contra la corrupción. También, en los años 2014 y 2016, el Cisca retomó las experiencias heredadas de la década de los 80 y se movilizó en medio de las jornadas de Paro Nacional, para gritar que el Catatumbo existe.
Son 15 años de trabajo que se materializan en logros significativos. Hoy el Cisca cuenta con diversas voces que hacen eco de sus luchas en los Concejos municipales de la región, y con Alberto Castilla, dirigente surgido de sus bases, defendiendo en el Senado de la República al campesinado del Catatumbo y de Colombia.
Además, hoy son múltiples los casos de catatumberos que encuentran una esperanza en los planes de vida y la apuesta productiva del Cisca. Marina Prieto, quien desde el 2008 pertenece al Cisca, es un ejemplo de ello. Antes de conocer el proceso, Marina se dedicaba a las labores domésticas, ahora hace jabones y cremas artesanales: “Vivía como estresada, como triste porque no tenía economía. El Cisca es como si hubiera bajado mi Dios de los cielos porque me ha enseñado, me ha protegido, me ha ayudado muchísimo. Para mí el Cisca es el mejor regalo que yo tengo. Cuando me llama el Cisca soy feliz, estoy triste pero en ese momento yo me vuelvo feliz”, asegura Marina.
Las transformaciones son individuales y también colectivas. Gracias la tienda comunitaria impulsada por la comunidad de Cartagenita y el Cisca, los habitantes de este corregimiento de Convención encuentran una alternativa productiva diferente a la coca: “La coca que es un problema económico que aparte de que genera muchos recursos, genera muchos problemas, y uno de ellos es el tema de la especulación de precios. Las tiendas comunitarias son una propuesta para darle una solución al tema de los precios. Es también una iniciativa para que la producción del campo tenga un valor, decirles a los campesinos que produzcan para llevarlo hasta las tiendas comunitarias para que lo vendan a un valor justo sin hacer ninguna especulación”, cuenta uno de los líderes comunitarios de Cartagenita.
Tras 15 años de trabajo, el Cisca no deja de plantearse retos aún más grandes. Su mejor lema en este cumpleaños ha sido reiterar que la lucha por vida digna apenas comienza.
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